Las fronteras de Artrain, 1985
La piedra dormida
Una historia que contar, unas emociones que trasmitir y unas sensaciones para contagiar. Maneras de narrar, una fusión casi nuclear, un lenguaje universal, una mirada personal, una película de papel, el hombre orquesta, todo el color del mundo aunque sea en blanco y negro, una orgía de onomatopeyas, la planificación de un ingeniero, el saber que todo es posible, una novela animada y miles de kilómetros de líneas. Otros ojos que miran, una canción muda y una poesía escondida, viñetas desorientadas, bocadillos sin miga, manchas camufladas en rostros impasibles, biografías anónimas, risas y lágrimas enunciadas, elipsis a ras de piel y una forma de entender, preguntas sin respuestas, escuelas primarias para alumnos aventajados y hasta donde nos duela, una manera de decir. Algo de esto es el cómic.
Jose Ibarrola 1985
Desde hacía 10 años, había utilizado la ilustración y el comic en distintas publicaciones. En 1985, se editó el álbum La piedra dormida y se publicó semanalmente en el periódico El País.
En aquel tiempo coincidimos en la cafetería Iruña de Bilbao con Jorge Oteiza y su mujer Itziar, ambos muy simpáticos, hablaron del gran artista que era Josetxu, mientras Oteiza estaba empeñado en comprarle el título de su comic La piedra dormida, incluso le regaló un poema como anticipo. Cuando se fueron, Jose me dijo: de ella sí, pero de él no te fíes, es un encantador de serpientes…
Oteiza en aquellos años era un mito dentro del arte vasco, había introducido y era el precursor de las nuevas corrientes estéticas que se desarrollaron internacionalmente en los años cincuenta y sesenta. Jose, desde niño, había conocido el ambiente de los artistas, escritores y personajes de la cultura de aquellos años, tanto en el exilio de París como en el Bilbao y el Burgos de las últimas décadas del franquismo. Era un niño observador y veía las luces y sombras de aquellos que le rodeaban. Gotzone Etxebarria, directora de la galería Mikeldi, decía siempre con humor: a Josetxu, de pequeño, nunca sabíamos si tratarle de tú o de usted.
Lo cierto es que Blas de Otero era el tío mago que hacía juegos con cerrillas en París; Pepe Duarte, Juan Cuenca, Juan Serrano y Angel Duarte, los miembros del Equipo 57, eran los que le entretenían con sus juegos e historias, mientras desarrollaban teorías sobre el espacio plástico o conspiraban con Jorge Semprún. Gabriel Aresti era el amigo que se enfadaba con el mundo y hacía poemas sobre su padre y su tío encarcelados… Siempre los observó sin mitificarlos, viendo sus debilidades pero también sus grandezas. Ese aprendizaje explica en buena parte su actitud frente al arte y la cultura, su valoración de la obra artística no supeditada al prestigio efímero de la fama, al poder de las camarillas cortesanas o a la moda.
La pintura era un hecho natural, pintar es una actividad normal para él. A partir de los 18 años cuando decide que se va a dedicar a la actividad artística, tomará un camino marcado, en su inicio, por las vanguardias históricas. Pero su inmersión desde la infancia en los círculos artísticos y políticos supuso una autentica vacuna contra el sectarismo, el maniqueísmo y las verdades absolutas. Supuso también un aprendizaje directo sobre la resistencia y la dignidad frente al totalitarismo y sobre todo la necesidad de no renunciar a la libertad individual.