Cuando ilustro para una página de opinión, procuro no ilustrar como para una página de opinión. Me abrumaría.

 

Las palabras transitan por un universo complejo de relaciones en permanente equilibrio que cualquier intromisión puede inestabilizar. Destilar de todas ellas un concepto, una idea, es una tarea que – me consta- requiere de la máxima concentración. Y un dibujo es un elemento exógeno muy proclive a provocar pequeños disturbios en el orden de las palabras y las ideas. Sé que juego con material de pirómano literario. Una mala ilustración, una ilustración equivocada empuja hacia una lectura equivocada; distrae la concentración, desvía su interpretación o peor aun, emborrona su intención.

 

Cuando ilustro para una página de opinión, procuro abrir mi propio campo de impresión. No interferir, sumar, intentar no interpretar, ilustrar como si fuera mi propia opinión.

De profundis

Una historia que contar, unas emociones que trasmitir y unas sensaciones para contagiar. Maneras de narrar, una fusión casi nuclear, un lenguaje universal, una mirada personal, una película de papel, el hombre orquesta, todo el color del mundo aunque sea en blanco y negro, una orgía de onomatopeyas, la planificación de un ingeniero, el saber que todo es posible, una novela animada y miles de kilómetros de líneas. Otros ojos que miran, una canción muda y una poesía escondida, viñetas desorientadas, bocadillos sin miga, manchas camufladas en rostros impasibles, biografías anónimas, risas y lágrimas enunciadas, elipsis a ras de piel y una forma de entender, preguntas sin respuestas, escuelas primarias para alumnos aventajados y hasta donde nos duela, una manera de decir.

Algo de esto es el cómic.

© Jose Ibarrola