Llueve a Mares

Juan Ángel Vela del Campo

 

Once comentarios, a modo de pinceladas, con motivo de una exposición de José Ibarrola.

 

Uno.- A estas alturas de la película de su vida, no creo que nadie se atreva a poner en cuestión que José Ibarrola se encuentra en la plenitud de su trabajo creador. Lo cierto es que el artista bilbaíno siempre se ha manifestado con una madurez impropia de su edad, incluso en aquellos años en que se le tildaba de “joven promesa”. Pero en el último periodo de su trayectoria artística se han realimentado, con una coherencia ejemplar, todas las líneas que ha ido frecuentando en su desarrollo de artista. El oficio de pintor, emulando a Cesare Pavese, se ha encontrado con el oficio de escultor, con el de cronista gráfico en la prensa diaria, con el de escenógrafo teatral, con el de experimentador a través de objetos recuperados del olvido, con el de dibujante de historietas, con el de creador de utensilios o espacios pletóricos de belleza. Todos los caminos de José Ibarrola han confluido, al final, en un solo crisol, en un imaginario viaje de idas y vueltas, de fuera hacia dentro, que ha dado como resultado esa plenitud que se apuntaba, no limitada exclusivamente a la faceta plástica, sino también inmersa en un proceso de comunicación, de propuesta de un dialogo inteligente al espectador que se enfrenta a su obra. Esto que señalo puede parecer una perogrullada, pero es conveniente dejarlo bien claro desde el comienzo.

 

Dos.- José Ibarrola es, en una primera aproximación, un cronista, un narrador. Da testimonio con sus imágenes de lo que está pasando a su alrededor. Nunca de una forma elemental o realista a primer nivel, sino jugando con la sutileza y el engaño visual para llevar al espectador a un mundo de fantasía, de ilusiones, de imaginación, que acaba por convertirse en su propio espejo. Lo que el artista propone no son paisajes o retratos en un sentido tradicional, sino temas que van desvelando en una contemplación reposada capas de emociones o, si se prefiere, de estados de ánimo. La condición didáctica del artista le lleva a dar pistas en la titulación de sus obras. A modo de ejemplo: “Muchacha en la playa estudiando a Franz Ghery”, “Retrato cucubista”, “De memoria el mar”, “Los limones caen en primavera”, “Llueve a mares”, “Literatura navegable”, “Manifestación de ausencias”, “No ver, no sentir, no escuchar, no vivir”. Es el lado literario del artista. Cumple además la función de que el espectador queda orientado en la dirección de unas búsquedas que en último término le pertenecen

 

Tres.- La memoria es el motivo conductor, el concepto fundamental de la obra de José Ibarrola. Es una memoria aplicada a los recuerdos de infancia, a los paisajes rurales y urbanos, a los territorios de fabulación, a la referencia cotidiana. Los paraguas, pongamos por caso, son un objeto plástico a explorar en sí mismo. Pero el punto de partida de Ibarrola para su extraordinaria serie de cuadros con ellos no se limita a su uso cotidiano. Está en un atentado terrorista, en el que el asesinado iba con un paraguas que queda abandonado en la calle. Para el artista el paraguas representa la memoria de una vida sesgada, la imagen del horror con un objeto que tiene su propia memoria. No siempre la utilización de la memoria es tan desasosegante. Las playas, el mar, las piedras, las bañistas, el patinador, los restos industriales, los motivos portuarios y hasta los barquitos de papel brindan un motivo poético para la nostalgia bien entendida. Introducen una componente de ternura en una obra que frecuentemente no está teñida de optimismo. Al contrario. Desprende una sensación de realidad pura y dura.

 

Cuatro.- Los grandes maestros del pasado despiertan la admiración del artista. Entre sus ídolos pictóricos de cualquier tiempo y lugar se encuentran Durero y Rembrandt. Su compositor de cabecera es Bach, aunque también ame con locura la música de jazz. Un buen día, hace ya muchos años, le pregunté por su posición ante la ópera. Su vinculación al mundo del teatro como escenógrafo me permitía pensar que podría haber puntos de afinidad, o al menos de conexión, con el mundo lírico. No era así. Pero me dio la oportunidad de escuchar con él una ópera y ver qué pasaba. Escogí L’Orfeo, de Monteverdi, que este año cumple precisamente el cuarto centenario de su estreno en Mantua. Sin soportes teatrales, ni siquiera visuales, únicamente a través del disco, nos sumergimos sin red en esa unión maravillosa de poesía y música. Como consecuencia de aquella audición compartida Ibarrola dibujó un álbum de cómic que apareció en 1985 con el  título Orphee, en la editorial francesa Glenat, siendo posteriormente publicado en español en 1987 como Compañía Monteverdi por Ttarttalo Ediciones. Claudio Monteverdi se incorporó al grupo de maestros favoritos del artista.

 

Cinco.- El dibujo es el taller de experimentación del artista, su escuela cotidiana. Día a día con sus ilustraciones para El Correo, y desde los primeros años de ejercicio de la profesión con su entrega al cómic culto, José Ibarrola ha ido almacenando una experiencia que luego ha volcado en otros campos más prestigiosos. Es una equivocación, en cualquier caso, pensar que el periodismo gráfico y la historieta son géneros menores. Son los artistas los que hacen menor o mayor un determinado sector de la creación. La reciente aparición de Tiempo de papel, libro con una esmerada selección de dibujos “periodísticos” en la colección Helena de la editorial Elea, ha puesto las cosas en su sitio en el terreno de la ilustración visual. En cuanto al cómic, basta contemplar con la mirada que da el paso del tiempo títulos como “La piedra dormida”, publicada por capítulos originalmente en el suplemento semanal del diario El País, o “Cuando canta la serpiente” para darse cuenta de la carga de profundidad plástica y moral que envolvían unas aparentemente inocentes aventuras.

 

Seis.- La actitud de coleccionista del artista, o de dar juego al azar, no dejando escapar objetos que encuentra casualmente y otorgándoles de inmediato un contenido artístico, ha dado de sí aportaciones estéticas muy sugerentes, potenciando en cierto modo el lado escultórico de su creatividad. Los elementos rescatables se pueden clasificar en dos bloques: los que devuelve el mar a la orilla o se encuentran accidentalmente por la calle o en plena naturaleza, es decir, los inequívocamente fruto de la casualidad;  y los buscados preconcebidamente como libros usados, guías de teléfono y restos de lo que sea que han cumplido su valor de uso primordial o la actividad principal para la que fueron creados. Los primeros han llevado a composiciones escultóricas muy imaginativas; los segundos incluso a exposiciones concretas como la de Exlibros o a series de creación con un motivo unitario. En la dimensión creadora introducen una componente de juego, un desafío conceptual, un planteamiento en cierto modo de intercambio cultural. Las perspectivas lúdicas, evidentemente, se ensanchan con este tipo de atrevimientos tan desprejuiciados.

 

Siete.- Llueve a mares. Un paraguas en la arena. Ética, estética. José Ibarrola no se echó al monte sino al mar. Se recreó en el color de la arena, contempló la horizontalidad de las olas, buscó la serenidad del tiempo que se va. Los rincones de su infancia se fueron plasmando con una infinita melancolía. Heredaba una trayectoria de faros imaginados, geometrías imposibles, arqueologías estimulantes. Con el mar de fondo, los sillones eran una excusa para apoyar un barco de papel. Los fondos marinos venían en cierto modo del cómic aunque nunca se habían insinuado con una fuerza pictórica tan irresistible. Paisajes, sí, pero paisajes del alma. En verdes, azules, grises y un tono casi albero de la arena. Las figuras humanas estaban predominantemente de espaldas, integradas en el misterio poético de la creación. Los paraguas se incorporaron al paisaje. Llueve a mares. Qué le vamos a hacer

 

Ocho.- Llegó un momento en que los personajes se dieron la vuelta y empezaron a mirar al espectador. Ya no hay escapatoria posible. Las soledades, el individualismo, una seguridad arrogante, la imagen del éxito. Una copa al lado, una serpiente peligrosamente escurridiza. La inquietud se respira. El tono es preocupante. La capacidad de síntesis del artista se une a su retrato de un mundo que le perturba. Le perturba a él y nos inquieta a nosotros. El pintor da una vuelta de tuerca. Pasa de una pintura de símbolos a un retrato social sin caer en el naturalismo. No hay lugar para el conformismo y menos para la autocomplacencia. En realidad nunca lo había habido, e incluso se habían producido a lo largo de su vida periodos pictóricos tan desgarrados o más. Pero ahora incomodan esas miradas en cierto modo ausentes, tan indiferentes, tan poderosas, tan suyas. La invitación a la reflexión está servida. El artista ha ido más allá de lo previsible. Se la ha jugado. Ha sido valiente al encarar un mano a mano con la realidad menos complaciente.

 

Nueve.- Punto y línea sobre el plano. Se divierte José Ibarrola titulando de esa forma una de sus creaciones. Una broma. La estructuración de sus cuadros nunca es arbitraria. El sentido de la composición está estudiadísimo. Y el color. Matizado, tenue, sin contrastes excesivos, con un protagonismo sutil. Con una textura siempre ajustada. No creo que haya un artista en la actualidad con un gusto tan acentuado por el detalle. Se manifiesta hasta en la manera de enmarcar sus cuadros. Y en el valor artístico de los complementos. Los barquitos de papel navegan a su aire, en un rincón secundariamente privilegiado de la proposición central. La serenidad se impone plásticamente en su organización de las formas artísticas. Línea, geometría, color, distribución, expresión. El lado científico no obstaculiza ni interfiere en las emociones. Surgen éstas libres,  insolentes, directas. José Ibarrola es a su manera un gentleman y, a la vez, un descarado. Su sinceridad a prueba de bombas es hoy en día una provocación.

 

Diez.- ¿Que cómo es el artista?. Ahí va, en once pinceladas: irónico, idealista, con sentido común, intuitivo, apasionado en los temas cruciales, serio cuando hay que ponerse, profesional hasta el delirio, responsable socialmente, gran amigo de sus amigos, minucioso hasta el arrebato y un poco atormentado. Espero que me perdone estas imprudentes e indiscretas revelaciones.

 

Once.- Que sean once los apartados de este recorrido, en vez de diez o siete, no es casual. Es, simplemente, caprichoso. La exposición se inaugura en Noviembre- el mes situado en undécimo lugar del año- y eso podría suponer una pista, pero no es la única. Lo del 11 es un homenaje a Maite Nájera, la compañera de José Ibarrola, madre de sus hijos e incondicional seguidora de todo el proceso creativo del artista. Maite nació un  11 del 11 y ha elevado este número a la categoría de fetiche. Los cuadros son también un poco suyos desde la contemplación crítica y entusiasta. Ella vive en el interior de los mismos aunque en una primera visión no se note.

 

JUAN ÁNGEL VELA DEL CAMPO

[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]