Underground

Entrevista reportaje con motivo de la Exposición de pintura y escultura titulada “Mirar alrededor”, celebrada en la Sala “Casa de Vacas”. Parque del Retiro. Madrid. 2009

Entrevista en «Forum»

Entrevista realizada para el programa “Forum” ( ETB) que presenta y dirige David Barbero, en el que se hace un repaso sobre la obra artística de Jose Ibarrola así como sobre sus últimas escenografías realizadas para diversas producciones teatrales.

El maniquí de la plaza

Audiovisual del espectáculo multidisciplinar creado y dirigido por Jose Ibarrola para “Gauzuria-Nocheblanca” en la AlhóndigaBilbao. 2011

Pintar la música

Audiovisual de la intervención artística urbana creada y dirigida por Jose Ibarrola con la colaboración de Travis Flint (Light-painting), Jon Gradaille (música), Jon Ugarriza (coreografía), Koldo Belloso (iluminación) y producido por Innevento para “Gauzuria-Nocheblanca 2010”.

Silenia

Audiovisual que recoge, recrea e interpreta la obra plástica de Jose Ibarrola con motivo de la exposición que realizó para la Caja Vital-Kutxa (Vitoria-Gazteiz). Relato literario de Antonio Altarriba. Danza: Alicia Gomez. Realización de Josu Venero.

Reconocimiento

 
Aunque el grueso de mi trabajo es fundamentalmente pictórico, la escultura marcó realmente el comienzo de mi actividad artística. Las primeras obras realizadas con madera y restos encontrados en la playa fueron destruidas en 1975, en el incendio provocado en el caserío-estudio que mi familia tenía en Gametxo. Tenía 20 años y decidí hacer borrón y cuenta nueva. No iba a reproducir las obras quemadas, sino que me centraría en la pintura. Posteriormente, sin embargo, en varias de mis exposiciones he simultaneado esculturas o instalaciones escultóricas creadas –en muchas ocasiones– a partir de elementos pintados en cuadros: centauras, bañistas, barquitos de papel, paraguas… En 2003 una exposición, titulada exlibris marcó el comienzo de la utilización de libros, mezclados con materiales diversos, como materia prima de mis trabajos tridimensionales.

 

Años después, he iniciado un proceso inverso en la relación que mantengo entre la escultura y la pintura. El mundo escultórico ha entrado en mis cuadros.

 

En tiempos de encrucijadas o de cambios suelo mirar a los clásicos. Ya en una exposición realizada en 1997, en la Fundación Caja Vital de Vitoria, rendía homenaje a la luz de Rembrandt, a las atmósferas velazqueñas o a la melancolía de Hopper.

 

Siempre he tenido presente que la madre de las musas es la memoria y aunque el Arte utiliza muchas veces la ruptura con el pasado, también vuelve a ese pasado para inspirarse en él. Esa tendencia humana recuerda que somos también memoria, que necesitamos mirar las formas viejas con ojos nuevos para encontrar nuevos caminos, para saber a dónde vamos, reconociendo de dónde venimos.

 

Ver proyecto

Madrid, abril de 2013

Creo que voy a pintar el descendimiento de Van der Weyden, me dijo mientras conducía en dirección a Bilbao. Volvíamos de Madrid, se terminaba la Semana Santa de 2013 y pensé que el estado febril, en el que ambos habíamos pasado los últimos días debido a una gripe inoportuna, era el que impulsaba semejante proyecto.

 Cada vez que visitábamos El Prado, recorríamos las salas del Museo buscando la docena de cuadros que siempre volvíamos a ver. El Descendimiento era uno de ellos. En esta ocasión, mientras mirábamos el cuadro, esa conmovedora representación teatralizada del dolor frente al hijo muerto, comentamos que los clásicos suelen tener razón, cuando lo bajan de la cruz, al lado del torturado, de la víctima, solo están la madre y cuatro amigos. Aunque seas el hijo de Dios.

Al lado de las víctimas del terror ocurre lo mismo, el asesinado, el torturado siempre son una presencia incómoda. Quizá la sociedad quiere olvidar y sólo quedan los próximos, aquellos que han recibido directamente el daño, como si el dolor producido por el sufrimiento del hijo, del hermano, del amigo fuera una onda expansiva que daña un órgano interno, invisible al ojo humano, que no puede cicatrizar.

 

Abril de 1963

Qué estás pintando Josetxu? Es un pájaro gigante. Es para sacar a aita de la cárcel.

Unos ojos negros, una mirada, un niño que juega y observa, acentos distintos, idiomas distintos. Pero las imágenes no tienen idioma, el movimiento, los gestos, las expresiones son iguales en sitios donde el sonido cambia. La adaptación a los cambios, los viajes. Los adultos que hablan mientras los niños juegan a su aire. Algunos niños no preguntan, algunos niños observan.

Casi nació en Formentera, donde sus padres, según el Jose adulto, habían sido unos románticos pobres en una isla muy barata, sin saber que habían estado siendo hippys. Desde el 2 de septiembre de 1955, día en el que nació en casa de su abuela en la ladera soleada de los montes que rodean Bilbao, su primera década fue bastante ajetreada. De París a Basauri, pasando por Córdoba o Dinamarca. De casa de los abuelos de Basauri: el aitite Jose y la amama Juliana y los tíos Josu y Miren, al Bilbao de la casa de Arabella, de los abuelos Josefa y Pedro, el marino. De la chambre de bonne en París a la estancia forzosa en la buhardilla de Burgos, mientras su padre estaba en la cárcel de aquella ciudad.

Cambio de idioma y de costumbres, pero el niño se adapta. Josetxu corre por el jardín de las Tullerías mientras otros niños juegan con veleros en el estanque. Él rebota piedras contra la superficie del agua, poniendo en peligro las frágiles embarcaciones. La piedra rebota cinco, seis, siete veces ante el escándalo de los adultos franceses que lo tachan de salvaje. Aquel niño había aprendido sus primeros juegos de la mano de su tío Josu, que cuenta cómo Josetxu nunca tenía miedo y le seguía siempre en todas sus proezas deportivas. Con él aprendió los ritos iniciáticos de un mundo obrero que acababa de abandonar el caserío y la cultura del campo: a nadar, a disparar con chimbera, a pescar ranas, a coger peces con las manos…, un buen adiestramiento para aquel niño con vocación de náufrago, pero demasiado bárbaro para la politesse francesa.

Cuando vuelve a casa de aitite y amama en Basauri, el patio de vecindad de la barriada obrera le servirá igual que le habían servido los jardines de las Tullerias. Los lugares son el soporte para las escenografías que su imaginación fabricaba desde muy pequeño. La estrecha canalización de las aguas pluviales del patio se convertía en un río turbulento, que, tras soltar el agua retenida por presas de ramas y barro, arrastraba pequeños barcos de papel que se agitaban en un mar embravecido… Su mayor tesoro una canica. Y también los iturris.

Siempre ha tenido una singular capacidad para reflejar la angustia sin ningún dramatismo como si fuera una compañía cotidiana. Suele aparecer, a menudo, en la mirada de alguno de sus personajes y quizá refleje alguna de sus vivencias infantiles. Tras la vuelta de Paris, se produjo la detención de su padre Agustín y del tío Josu. Fue en 1962, a raíz de la caída general del Partido Comunista en Bizkaia. El traslado en tren a Madrid desde la cárcel de Larrinaga en Bilbao, el juicio en Carabanchel y el internamiento en la cárcel de Burgos donde cumplirán la condena impuesta, marcarán uno de los negros episodios que condicionarán su infancia.

Tras la detención de su padre Agustín, la angustia y las protestas de su madre Mari Luz no son exageradas: el 20 de abril de 1963, el dirigente comunista Julián Grimau es fusilado en Madrid. Había sido detenido a finales de 1962 y sufrió graves lesiones durante los interrogatorios al ser lanzado esposado por la ventana de la comisaría.

La situación familiar refleja la historia de la resistencia al franquismo: las detenciones, la terrible BPS, los estados de excepción, el miedo, la angustia, la España triste que calla, la resistencia clandestina, el optimismo histórico de aquellos comunistas vascos que imaginaban las masas que iban a cambiar la historia y peleaban por la utopía del paraíso en la Tierra. La cárcel de Burgos se convirtió en un paisaje tristemente cotidiano, pero también la solidaridad entre las mujeres, la presencia de la otra España, la que perdió la guerra, encarcelada, las visitas a la cárcel todas las semanas, sin contacto físico, siempre con una reja y un pasillo en medio. La mujer y el niño al otro lado.

El padre Pardo facilita que Josetxu entre en el colegio de los jesuitas de Burgos y se trasladan a vivir allí para estar cerca de la cárcel. El frío de Burgos en invierno marcará sus juegos en la calle y en el interior de la buhardilla en la que vive con su madre. Pero aprende pronto que hay otras situaciones peores, como la de la mujer enlutada que venía desde Andalucía, sólo una vez al año con el dinero que podía conseguir, para ver a su marido detrás de la reja.

Los niños sólo entraban en la cárcel dos veces al año, el día de Reyes y en la fiesta de La Merced. Allí, León Encinas, uno de los presos veteranos, encarcelado muy joven al terminar la guerra civil, era el facilitador, el que conseguía lo impensable, desde los materiales necesarios para hacer una radio hasta pinceles y sedas para que Agustín pintase. León amaestraba pájaros que utilizaban un dedal atado con una cuerda para subir el agua desde un pequeño balde. Era el rey mago para Josetxu y los otros niños, el que organizaba la fiesta cuando los hijos de los presos entraban en la cárcel.

Nestor Basterretxea me contó, a finales de los 70, cómo le habían impresionado los dibujos que Josetxu hacía con 6 años. Al parecer eran pájaros y moscas gigantes con extraños mecanismos para sacar a su padre de la cárcel de Burgos.

 

Bilbao, mayo de 1967

Todo el universo cabe en el reflejo de una canica.

Las dictaduras tienen las mismas características que los mundos secundarios de Tolkien, sólo que en clave de pesadilla. Crean universos paralelos invisibles donde tienen lugar las torturas y las desapariciones mientras se mantiene la apariencia de normalidad. JUNOT DÍAZ

Los niños vivían en el ambiente de clandestinidad de los mayores. No se hablaba, aparentemente no pasaba nada. A veces escuchaban desde la cama, cuando los mayores creían que el niño dormía, las discusiones que no existían al día siguiente. De día no ocurría nada, pero el niño detectaba la tensión y la angustia. Un pequeño tic nervioso, que había comenzado cuando detuvieron a su padre seguía ahí. El médico aseguraba que desaparecería cuando creciera. Quizá, Carlos Fuertes, el pediatra, estaba calculando a qué edad podía morir el dictador. En 1960 Franco llevaba más de 20 años en el poder y le quedaban quince para desaparecer, pero el optimismo de esa izquierda comunista repetía como un mantra que la lucha de las fuerzas del trabajo y de la cultura derrotaría la dictadura franquista y conquistaría la libertad. Lo cierto es que el tic desapareció cuando se consolidó la democracia en los años 80.Lo que le sigue quedando es cierta prevención contra los uniformes y contra ciertos sonidos: el ruido del ascensor por la noche y la llamada insistente al timbre anunciaban la llegada de la policía para registrar la casa cuando su padre estaba detenido. Las historias sobre las torturas y la imposibilidad de hablar con los detenidos desarrollaron su actitud resistente frente a las fuerzas del orden.

En noviembre de 1966 comenzó en Bizkaia la «Huelga de Bandas», como se conoce a la huelga más larga que tuvo lugar durante el franquismo. La empresa Laminación de Bandas en frío de Etxebarri, era propiedad de Altos Hornos de Vizcaya y de la Basconia. Los obreros secundaron masivamente la huelga desafiando la dictadura de Franco, que terminó decretando el Estado de Excepción el 22 de abril de 1967. La ola de detenciones volvió a golpear a la familia. Agustín y el tío Josu volvieron a ser detenidos.

A comienzos de mayo de 1967, Josetxu jugaba en su habitación abstraído en su mundo, como decían los adultos que le rodeaban. Alguien golpeó la puerta, se oyeron gritos, los intrusos entraron violentamente en la casa, desordenaron libros y armarios. Entre los papeles se llevaron reproducciones de los grabados de Goya por subversivos. Ante las protestas de su madre y su tía, todos acabaron en comisaría, su madre Mari Luz, su tía Miren, su hermano Irrintzi que era un bebé y su prima Idoia, que tenía 5 años. Jose, que tenía once años sabía que habían vuelto a detener a Agustín y al tío Josu para parar la Huelga de Bandas. Acababan de salir hacía poco más de un año de la cárcel donde habían pasado más de cuatro años y sólo habían conseguido estar unos meses fuera. Jose estaba preparado para resistir, antes de salir de casa, camino de la comisaría, cogió sus armas: un cuaderno, un lápiz, los iturris y sus canicas, por si tenía que estar en la cárcel tantos años como aita y el tío.

La huelga quedó desconvocada el 20 de mayo de 1967. Los hermanos Ibarrola permanecieron más de dos años en prisión.

Los años 60 en España no eran como en Francia. La dictadura de Franco había cumplido 20 años y los que se oponían se enfrentan a las detenciones, a la policía política, al miedo y a la angustia. En ese contexto, la realidad golpeaba de repente, sin previo aviso. Desde que volvieron de París, su padre había estado más tiempo dentro que fuera de la cárcel. Frente a esa realidad había que estar preparado, no había que callar, había que resistir. Frente a la realidad tortuosa de la dictadura, el niño creaba mundos paralelos donde refugiarse. Josetxu escapaba de ese mundo que él sabía que existía pero del que no se podía hablar, mientras creaba sus paraísos de libertad y defensa frente a la angustia y el miedo.

 

Gametxo, mayo de 1975

La pérdida del Paraíso

Comenzó a leer a Julio Verne y a Salgari y el lugar ideal para escenificar sus aventuras era la playa de Anzorape. Sus padres habían alquilado un viejo caserío en Gametxo, sin agua, sin luz, sin servicios mínimos. En los próximos años se iba a convertir en su pequeño paraíso. Desde el cerrado encinar de San Pedro de Atxerre hasta la costa entre Laida y Laga se extendía un territorio libre.  Allí huía cada vez que en el caserío había demasiada gente o las tensiones entre los mayores aconsejaban una retirada a parajes más tranquilos.

Pasase lo que pasase, el verano era un territorio de libertad del que no estaba dispuesto a renunciar y dentro de mi mundo infantil, la playa ocupaba la preferencia de todas mis patrias.

Cuando me encaramaba a una roca o hacía un dique con la arena, yo ya sabía que mi destino era desear ser naufrago.

Siempre acudía a un grupo de piedras que la marea baja dejaba al descubierto. Formaba mi pequeño archipiélago un conjunto lo suficientemente voluminoso de rocas y arena como para jugar a perderme en él. Los charcos que quedaban apresados entre las rocas reflejaban el cielo no siempre azul que me envolvía, poniendo un techo a mis sueños; las lapas, caracolillos, quisquillas, carramarros, anémonas o estrellas de mar eran mi fauna y los recovecos de las piedras mi cobijo. Como un pequeño Robinsón organizaba las tareas y objetivos que me permitirían sobrevivir en mi isla. Y jugaba, jugaba a ser naufrago. Aislado de los fantasmas que acechan a la tranquilidad infantil, construía con los restos de las mareas mi arquitectura emocional.

                                                                     Jose Ibarrola. De memoria el mar. 1998

Pero nunca se está preparado para que te destrocen tu  pequeño paraíso. No ocurrió en la infancia sino en la juventud. El primer aviso fue la clausura. por orden gubernativa, de la exposición José y Agustín Ibarrola en la Galería Aritza de Bilbao. en noviembre de 1974. El  segundo, la detención en comisaría cuando iba caminando tranquilamente por la calle. Lo detuvieron, según la policía, por la pinta de Jesucristo que llevaba y cuando revisaron su mochila encontraron hojas con firmas a favor de la amnistía que los grupos de izquierda iban a entregar al cardenal Tarancón. Pasó dos noches en comisaría y le soltaron después de amenazarle y quitarle las hojas con las peticiones de amnistía.

El desastre ocurrió durante uno de los últimos estados de excepción, en mayo de 1975, guardias civiles de paisano incendiaron el caserío estudio que la familia tenía en Gametxo. Agustín y Mari Luz estaban escondidos, como siempre que se declaraba un estado de excepción. Fuimos con el padre de un amigo, el que tenía el coche más lujoso, a ver qué había pasado. El espectáculo era desolador. Todo estaba destruido, los cuadros, los libros, los recuerdos…

La familia acababa de comprar el caserío de Oma y Jose iba a organizar su estudio en Gametxo. Las primeras obras construidas con maderas y restos encontrados en la playa se quemaron en el incendio. El caserío desapareció casi por completo. En su lugar se amontonaban las piedras, sólo quedaba en pie la chimenea y entre los cascotes un extraño hierro retorcido. Era su arpón de pesca submarina. Fuimos hasta el montículo desde donde se veía el mar, al fondo la isla de Izaro. No volvimos en muchos años.