Reconocimiento

Jose Ibarrola

 
Aunque el grueso de mi trabajo es fundamentalmente pictórico, la escultura marcó realmente el comienzo de mi actividad artística. Las primeras obras realizadas con madera y restos encontrados en la playa fueron destruidas en 1975, en el incendio provocado en el caserío-estudio que mi familia tenía en Gametxo. Tenía 20 años y decidí hacer borrón y cuenta nueva. No iba a reproducir las obras quemadas, sino que me centraría en la pintura. Posteriormente, sin embargo, en varias de mis exposiciones he simultaneado esculturas o instalaciones escultóricas creadas –en muchas ocasiones– a partir de elementos pintados en cuadros: centauras, bañistas, barquitos de papel, paraguas… En 2003 una exposición, titulada exlibris marcó el comienzo de la utilización de libros, mezclados con materiales diversos, como materia prima de mis trabajos tridimensionales.

 

Años después, he iniciado un proceso inverso en la relación que mantengo entre la escultura y la pintura. El mundo escultórico ha entrado en mis cuadros.

 

En tiempos de encrucijadas o de cambios suelo mirar a los clásicos. Ya en una exposición realizada en 1997, en la Fundación Caja Vital de Vitoria, rendía homenaje a la luz de Rembrandt, a las atmósferas velazqueñas o a la melancolía de Hopper.

 

Siempre he tenido presente que la madre de las musas es la memoria y aunque el Arte utiliza muchas veces la ruptura con el pasado, también vuelve a ese pasado para inspirarse en él. Esa tendencia humana recuerda que somos también memoria, que necesitamos mirar las formas viejas con ojos nuevos para encontrar nuevos caminos, para saber a dónde vamos, reconociendo de dónde venimos.

 

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