Sobre el teatro

Jose Ibarrola

 

La tradición del teatro en Occidente está muy centrada en la palabra. De hecho, Aristóteles en su “Poética” consideró el Drama como un elemento de la Poesía, con lo que fijó el uso de la Palabra como base central y fundamental de la Escena. Tal vez esta tradición hace que aún vinculemos lo Escrito o lo oral con conceptos como sinceridad y profundidad y por el contrario tengamos a la Imagen, a lo visual, como sinónimo de superficialidad e intrascendencia.

 

En otras culturas, la africana o la oriental –por ejemplo- no sucede exactamente lo mismo y son la música, el movimiento, los personajes rituales, las danzas o las quienes constituyen el eje vertebrador de los espectáculos teatrales. Sin embargo, lo que si podemos decir es que en todas las culturas ,el espacio escénico es el auténtico espacio ritual donde se produce eso que llamamos Teatro.

 

Claro que desde el famoso Carro de Tespis en el siglo VI a. de C. hasta la actual realidad virtual, ese espacio se ha concretado de muchas maneras.

 

Los griegos construyeron inmensos graderíos para acoger a los miles de ciudadanos que querían escuchar las tragedias y epopeyas de autores como Esquilo, Sófocles o Eurípides. Obras como la Orestiada, Antígona o Medea fueron representadas ante los entregados espectadores que llenaban los anfiteatros desde las primeras horas de la mañana. Los precios a veces eran subvencionados para que nadie se quedase sin su parcela de emoción, lo cual era un indicativo de la importancia que se daba a las representaciones. El teatro de Epidauro -que aprovecha la pendiente de una colina para construirse, reservando un espacio circular para el coro frente a la escena- o el teatro en la ciudad griega de Efeso -que tenía capacidad para unas treinta mil personas- son ejemplos de lugares con perfecta acústica y clara visión en los que, entre otras cosas, se pudo contemplar el nacimiento de los conflictos entre algo llamado protagonista y su contrario al que llamaron antagonista. Y es que estas perfectas simetrías, el culto al cuerpo, a su armonía intrínseca, a las cuidadas proporciones como fundamento de belleza ( aunque los actores de la época usaran un invento al que llamaron coturnos para parecer más altos), es en el tiempo de Pericles, en la época de la Grecia clásica, una característica constante en el desarrollo de todas las artes.

 

Su heredero cronológico, el arte romano, que representa- desde la profunda influencia de la cultura griega- la culminación del proceso evolutivo de las culturas mediterráneas, nos deja en Mérida un perfecto ejemplo de espacio polivalente donde el Circo es una realidad de máxima importancia, posiblemente una de las mayores aportaciones de un imperio que apenas añadió nada novedoso en el ámbito de la cultura.

 

En la Edad Media los escenarios ocupaban las plazas y las anteiglesias, recreando diversos ambientes (localizaciones, que diríamos hoy) que permitían representar los religiosos Misterios medievales. Dada la finalidad de la representación, la belleza formal pasa a un segundo plano en aras de una expresividad espiritual. Los espectadores buscan y encuentran la representación simbólica de una idea de lo divino.

Todo se hacía en la calle, a la luz natural y duraba días, incluso semanas. Era un teatro envolvente, convincente y sobre todo profundamente intenso. El teatro irreverente, que también lo había, viajaba en carreta, de pueblo en pueblo, de castillo en castillo, junto con la música profana de juglares y trovadores.

 

Aunque en el arte las etapas van solapándose unas a otras sin solución de continuidad y los estilos y disciplinas se mezclan en una cierta amalgama indiscernible, cada momento histórico tiene unos ciertos rasgos específicos que lo singularizan de los anteriores y de los posteriores.

 

El gótico significó el triunfo de la sensibilidad como la principal fuente de inspiración de los artistas. Se buscó la belleza ideal en las cosas naturales, el carácter narrativo en las escenas y una cierta sinuosidad en las formas que aspiraban a ese encuentro en las alturas con la emoción más pura. El supuesto desorden profano frente al ordenado esquematismo del mundo divino compiten en esta época. Dante Alighieri, que muere en 1321, nos deja una de las más inquietantes y sobrecogedoras parábolas del imaginario medieval en su Divina Comedia. Boccaccio, pocos años después nos asombra con la originalidad y modernidad de su Decamerón (1353) y más adelante, El Bosco 1450-1516, ya en las postrimerías del medioevo, supo captar en sus pinturas con infinita maestría la lucha de la razón contra los instintos. Y de todo ello empieza a darse fe a través de la imprenta de Gutenberg. (1455)

El Renacimiento supuso una visión dinámica frente a la concepción estática que el mundo cultural había tenido a lo largo de la Edad Media. La agobiante religiosidad da paso a una enriquecedora y fructífera creencia en el hombre. La medida de las cosas empieza a estar a escala humana, sin deformaciones divinas. Es el tiempo de revoluciones totales, en el que artistas como Piero de la Francesca, (1416-1492), el inmenso Leonardo da Vinci (1452), Miguel Angel (1475- 1564), Rafael, (1483-1520) Tiziano (1487-1576), Durero (1471-1528), Botticelli 1510, Los Brueghel (1520-1569)o el Greco (1541-1614) configuran una nueva manera de reinterpretar la Historia y el Arte. La música abandona definitivamente la monodia medieval y se consagra en la polifonía  concretándose en los Madrigales como expresión depurada. Y mientras aun perduran los ecos del descubrimiento de América nacen, en un margen de pocos años Shakespeare, Galileo, Cervantes, Lope de Vega o Quevedo. O se  funda la “Commedia dell´Arte”

 

Es en 1576 cuando un amigo y compañero de Shakespeare, James Burbage, decide construir el primer teatro cerrado. A partir de entonces se abren las puertas al auténtico desarrollo escenográfico. Y es que el escenario responde a muchas preguntas, pero formula muchas más para ir creando ese espacio imaginario en el que tiene lugar la representación.

 

Serlio, el constructor del teatro de madera de Vicenza, posiblemente sea el precursor de la escenografía propiamente dicha y como suele ocurrir casi siempre, todo empezó cuando se pretendía solucionar problemas prácticos. El hecho de tener que meter y sacar a los actores del espacio de la representación, la necesidad de situar la acción o de ocultar ciertos condicionantes técnicos o efectos  visuales, indujo a los creadores del teatro a considerar cada vez más la aportación de los arquitectos de la tramoya  (dicho con licencia poética, pero con merecida justicia histórica), la aportación de quienes iban a tener la responsabilidad de soñar el espacio habitado.

 

Son tiempos en los que los cambios se producen a ritmos vertiginosos y no solo en el terreno teatral, por supuesto, sino en todos los ordenes de la vida. El “ conductor de secretos”, que es como se le llamaba al creador de los efectos especiales, de las maravillosas maquinarias y trucos escenográficos de finales de la Edad Media que tanto furor hacía en sus días, fue adaptándose a las nuevas necesidades expresivas. Los telones pintados que invariablemente representaban escenas exteriores y en los que se empezaron a utilizar las recientemente aprendidas leyes de la perspectiva, mimetizaron la inmensa capacidad creativa que dio el Renacimiento. En esa Italia floreciente de los Ufizzi, de los Medicci o en la posterior España de Felipe II, toda esta ebullición creativa dejar una imperecedera huella en la manera de entender la escena teatral.

Cuando Monteverdi estrenó Orfeo (1607), apenas intuía que estaba creando el inicio de una nueva estructura que compaginaba la música, el teatro, la palabra y la imagen: La Ópera estaba naciendo. El barroco, musicalmente, encaja con el teatro como anillo al dedo. Los grandes compositores comienzan a elaborar música incidental para subrayar diversos pasajes literarios. Escriben partituras para los intervalos y cuñas sonoras para efectos y recursos.

 

Telemann (1681-1767), Purcell (1658-1695), Häendel (1685-1759), Mozart (1756-1791),compositores que (bajo la tutela musical de J. S. Bach 1685-1750) escribieron memorables óperas que contribuyeron a ofrecer otra manera de mirar, de escuchar y de sentir las emociones desde un escenario.

 

Seis años después de la muerte de Shakespeare y Cervantes, mientras Rubens, Rembrandt y Velázquez alcanzan la cima del barroco, nace Moliere (1622).El fue quien llevaría las escenas desde los “exteriores” a los “interiores” y a él se le debe la desaparición de la cuarta pared. Es la época del Rey Sol, pero también la de Descartes, una época donde la pasión intenta buscar los cauces de la razón. El teatro, cada vez más esponja de su tiempo, organiza -por primera vez- la división de sus piezas en Actos. Y fue también iluminación. Grandes lámparas-arañas con velas en el techo (como focos cenitales), lámparas de aceite colgados en los decorados (calles) y “candilejas” –palabra paradigmática de los teatreros- en el suelo del proscenio.

 

La Edad de Oro del teatro en el siglo XVII y el Siglo de Oro en general, no solo es la referencia obligada de las más altas cotas de la creación dramática, literaria o artística de –posiblemente- toda la historia, sino que es el momento donde se  entroniza definitivamente a los tramoyas, mejor dicho: ya escenógrafos, como piezas indispensables de la actividad teatral. Aunque entre los autores, entre los dramaturgos no siempre es bienvenida la proliferación de efectos y alardes técnicos. Calderón de la Barca ( 1600 1681) -por ejemplo- era un acérrimo partidario de la desmesura barroca, Lope de Vega (1562-1635), sin embargo, consideraba que le bastaba con “cuatro tablas, cuatro vigas, dos actores y una pasión”.

 

Si Shakespeare fue el gran autor isabelino que descubrió el vasto territorio emocional por donde transitaría el teatro de su tiempo, también fue el precursor aventajado del romanticismo, que luego llevaría a Goethe a escribir su Fausto (1806).

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