Donde mueren las miradas. Acrílico sobre lienzo. 200x200cm. 2006. 

Mi pintura no trata de ser una descripción, sino una sensación. Es el encuentro con una sorpresa escondida en la rutina de mirar.

 

Los objetos, los que nos rodean y con los que convivimos, resulta que no son inmutables, resulta que varían según los relacionamos entre ellos y con nosotros, o mejor, con la memoria que tenemos de ellos y de nosotros. Actuamos constantemente en función de esas relaciones. Objetos cotidianos que de tanto ser usados, pierden cualquier significado más allá de su función, de repente se convierten en elementos extraños cargados de nuevas lecturas. Un paraguas, por ejemplo, o un barquito de papel, filtrados por la mirada de nuestra memoria desarrollan una personalidad singular que acabamos incorporando a nuestro patrimonio emocional. Dejan de ser un lugar común para convertirse en un símbolo personal. Y a veces nos inquietan. Como las personas y sus entornos, o mejor dicho, como los encuentros y desencuentros de los individuos, de sus emociones, de sus paisajes y de sus miradas. Y de esas inquietudes.

Soy fundamentalmente pintor, pero no me limito a ver el mundo como un lienzo plano. Desde la experiencia que me dan las incursiones en el campo de la escenografía, he ido incorporando -desde hace muchos años- una visión tridimensional en el conjunto de mi obra. No solo para hacer esculturas, lógicamente, sino sobre todo para la pintura. Es decir, para recrear la atmósfera necesaria que envuelve a toda emoción.

 

Temáticamente, hay dos líneas que constantemente se van entremezclado en la última producción pictórica. Una que nos acerca al mundo de la memoria, al espejo de los recuerdos y al reencuentro con las miradas casi olvidadas, y otra que interroga al presente. Una con playas de infancia, solitarias y desnudas para juegos de náufrago, testigo impasible de sueños recién adquiridos y otra agitada que merodea los pliegues de la desesperanza. Una que bucea en el mar profundo o que busca en cada ola una señal para encontrar el norte y otra que rastrea la huella de las cosas ocultas. Una y otra al filo de la nostalgia, en la línea del horizonte.

Extracto del texto de la exposición titulada:
La inquietud de las cosas.
2007

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El cable de Ariadna. 180x100cm. 2011 

El hábito de la mesa. 120 x 142 cm. 2008.

Merienda de sapos. 120 x 142 cm. 2008. 

Ceremonia de la confesión. 150 x 150 cm. 2007

La traición de los intelectuales. 150 x 150cm. 2009

Manual de supervivencia. 150 x 150 cm. 2009

Tal vez desolación. 150 x 150 cm. 2009

La medida del tiempo. 88 x 142 cm. 2008.

Paseantes. 122×244 cm. 2004

De cuando perdimos hasta el tiempo. 120x120cm. 2006

Esa espalda de Naiel. 2005

Tras el espejo. 116x153cm. 2004

Solos. 116 x 153 cm. 2003.

Me llamarán náufrago. 200x200cm. 2005

Llegó un momento en que los personajes se dieron la vuelta y empezaron a mirar al espectador. Ya no hay escapatoria posible. Las soledades, el individualismo, una seguridad arrogante, la imagen del éxito. Una copa al lado, una serpiente peligrosamente escurridiza. La inquietud se respira. El tono es preocupante. La capacidad de síntesis del artista se une a su retrato de un mundo que le perturba. Le perturba a él y nos inquieta a nosotros.

El pintor da una vuelta de tuerca. Pasa de una pintura de símbolos a un retrato social sin caer en el naturalismo. No hay lugar para el conformismo y menos para la autocomplacencia. En realidad nunca lo había habido, e incluso se habían producido a lo largo de su vida periodos pictóricos tan desgarrados o más. Pero ahora incomodan esas miradas en cierto modo ausentes, tan indiferentes, tan poderosas, tan suyas..

Extracto de: Llueve a Mares.
Once comentarios, a modo de pinceladas, con motivo de una exposición de José Ibarrola

-Ver texto completo-

La espera. Tablero. 185 x 122 cm. 2001

Tal vez un sueño. Tablero. 122×244 cm. 1998

La esfinge mirada. Tablero. 120 x 60 cm. 1999

Aire de familia. Tablero. 240 x 122 cm. 1999

© Jose Ibarrola